jueves, 10 de enero de 2013

El campo del Brujo.


Cierro lo ojos y
me encuentro en ese espacio.
En ese tiempo.
Allí donde mi alma era libre.
Donde yo
era sin más.

Puedo verme volando sobre cornisas,
Cruzando descalza aquella calle de tierra.
Los pies embarrados,
Peligrando cruzarme con algún cristal puntiagudo.

Me siento
sentada en el pilar de la puerta de mí casa.
Allí, donde las plantas verdes y blancas
me susurraron algunos secretos,
que han visto,
que han oído y padecido.

Allí donde embriagado forjo su alma.
Donde depresiva lloró sus hijos.
Espacio para enamorarse y perderse ella.
Donde cambio la vida por la muerte.

Me veo, volando sobre cornisas.
Practicando estragos nerviosos,
llorando a mares el abandono
Que duro poco. Un cigarro.

Siento, respiro.
Puedo oler la tierra mojada, 
oír las sirenas de una urgencia.
Puedo oler a los muertos
que me acompañan volviendo a casa.
Palpo el frío metal de la cerradura
de una puerta pequeña.
La que me daba la entrada y la salida.
La que hoy puedo sentir en el recuerdo.

Oigo los pájaros que intentó alcanzar con las manos.
Caída!
Huelo el veneno y el pánico.
Un trailer, una goma. Un hombre y una bolsa.

Veo, siento, oigo, huelo.
El campo del brujo está vivo.
Me lleno de vida
y de muertes.
Me trajo escapadas, huidas...
estancadas depresiones nocturnas.
Allí donde sólo la intimidad de mi alma siente.

Es quizás el lugar perdido,
hundido.
El lugar estancado que 
despierta en mí, la más alta de las angustias.
Porque lo pierdo. Lo olvido. 

Asgardiana.



Penetraría con una explosión de palabras a los incansables perturbadores y convulsionantes de sentimientos. ¿Qué es lo que sucede entre los cosificados caminantes, los vivos y también los muertos, que deseantes, se abandonan a lo repulsivo de las marionetas? Se entrecruzan con fulminantes y tristes miradas; me crean grietas, en todas y cada una de mis partes. ¿Cuál es la finalidad de los seres andantes que me atraviesan con espadas y unas cuantas hachas, me las incrustan con cada mal vocablo totalmente innecesario?¿Por qué el hombre no me es, no me sirve. Porqué siento ser extraña en mi misma, como si el recipiente no me perteneciera, ni su contenido al medio? Como una apátrida de las constelaciones, me siento fuera de la rueda de intercambio. Yo no participo de los consensos que les conforman, no pertenezco a la especie de pensadores universal fundamentalistas, validando objetividades y cientificismo decadente mal germinado. Yo no camino por el suelo, ni respiro el mismo aire.

Por eso me ahogo, por eso me lesiono las rodillas.

A mi me han construido igual en apariencia, y le han dicho a mi consciencia que debo continuar con el proceso de igualdad, de popularidad y productividad. Me han dicho algunos que también conocen Asgard, el Seol, y a Dante, que no debo mostrar lo rimbombante de mi ser, lo intermitente de mis ideas, porque aquí, en esta tierra, se aprecia lo gris, lo áspero y minimalista. Rocoquianamente Barroca serán mis escrituras, para camuflar la histeria que me nacen los terrestres, los caminantes autómatas reprimiendo lo deseante de la existencia, que corrompiendo la esencia sólo son sociales, enfermos carcelarios en su educación y sus absurdas y dogmáticas morales. No veo, no me reflejo, no me encuentro entre la banalidad y la frivolidad del hombre, porque a mi, a mi...

No me hicieron igual,

                                                           yo vine fallada de fábrica. 

Yo soy Asgardiana.

domingo, 6 de enero de 2013

Rebobinada


Es algo así como andar de puntillas por una cuerda atada muy floja y con las medias enceradas. Mirar abajo, ver la nada…marearse. La simple inmensidad de la caída asusta; y uno se ve envuelto en unos cuantos gigantes soplidos, acariciando y despeinando las pestañas. Es tragar aire, pegar la bocanada, dejar que salga y sentir los latidos casi en la sien. Cada latido escapándose en el aliento. Es escuchar a Paganini, a los pájaros y al horizonte. Es recordar que las medias están enceradas, que detrás alientan a cruzar, mientras algunos duendes extraños esperan al final de la cruzada. Y ellos me asustan más que el vacío, la caída, la velocidad, el estruendoso ruido de mi cráneo reventando y el mismo estallido de mis órganos contra el suelo.


Así, con el cráneo partido y los órganos perdidos, el alma simplemente sale, se libera, y se ríe bienaventurada de la cuerda, los alentadores mediocres, y los duendes perturbadores. Allí, donde los márgenes se amplían, donde la razón no existe, donde lo coherente y lo prudente están guiados por el amor, por los irrefrenables deseos de vivir. Aquí, en una nada muy bien iluminada, plagada de colores y momentos felices carcajeando como en una cinta rebobinada. Así es como quiero mi muerte, y así es como quiero mi vida. Con un viento que me traiga los jazmines a la nariz, y unas palomas que me lleven volando para contemplar desde arriba la mancha de mi estallido.